Era una decisión crucial y no quería equivocarse por eso había preparado todos los elementos con tanto cuidado. Entrecruzó las piernas y se sentó sobre los talones en la postura más ortodoxa de meditación. Inspiró con suavidad y, mientras exhalaba el aire, procuró hacer el vacío en su mente. Quería mantenerse abierto a cualquier intuición, a la luz que pudiera mostrarle con claridad la salida de su encrucijada vital.
- Me abro a la voluntad de mi dios –empezó a repetir como un mantra-. Quiero orientar mi vida según la voluntad de mi dios.
La mirada fija en el vaivén de la llama no dejaba de captar el claroscuro dorado que latía a lo largo de las paredes, más allá del halo brillante de la vela desde la que se escurrían lágrimas de cera. En el pebetero, la barra de incienso transformaba la tenue brasa roja del extremo en silenciosas hilachas de humo que se alzaban en una danza entrelazada hasta la penumbra del techo que el tenue resplandor de la llama apenas alcanzaba.
- ... a la voluntad de mi dios... según la voluntad de mi dios...
Fuera, las luces de la ciudad salpicaban ya todo el horizonte. La noche se adueñaba del paisaje y, tras la noche, él debería haber tomado su decisión crucial. Encaminó fervorosamente su mente hacia el vértice de la llama buscando el vacío más perfecto en su mente.
- ... la voluntad de mi dios... la voluntad de mi dios.
Primero pensó que era una formación de las sombras, el resultado del juego de resplandores con las volutas del incienso en la ambigüedad de su campo de visión periférica por lo que se esforzó más aún en hacer el vacío en su mente dejándose deslumbrar por la claridad de la llama.
- ... la voluntad de mi dios... la voluntad de mi dios.
Sólo cuando constató que la figura no se movía al vaivén de los destellos de la llama, desvió la mirada desde la punta de la vela hacia el bulto fosforescente que, ante él, en idéntica posición del loto, inmóvil parecía observarlo como una especie de doble luminoso, como su propia imagen reflejada en un espejo. Sólo que en aquella sala no había espejos.
- ¿Quién eres? –le preguntó con un asomo de inquietud- ¿Cómo has entrado?
La figura tardó un rato en contestar, como si quisiera darla la oportunidad de adivinar la respuesta:
- Soy tu dios y no he entrado sino que siempre estoy dentro.
No se esperaba tal cosa, por eso tardó un rato en volver a preguntarle a su doble de luz.
- Y… ¿qué quieres de mí?
- Nada, simplemente observo.
Se hizo un largo silencio durante el cual ambos personajes permanecieron frente a frente, como dos estatuas simétricas. Al cabo de un rato, el hombre se dirigió al espectro brillante:
- Dime qué debo hacer; dime cuál es tu voluntad.
El doble luminoso se tomó un intervalo equivalente antes de responderle:
- Tú eres mi voluntad y yo sólo he venido a contemplar tus decisiones.
- Entonces, ¿no me vas a dar una respuesta?
- Te he dado la voluntad. Tienes tu voluntad. Ahora yo estoy esperando tus respuestas.
Dio un respingo y salió del sopor en el que había caído. La vela continuaba esparciendo destellos dorados y el humo del incienso serpenteaba hacia lo más alto del techo. Desde el firmamento, una luna redonda alumbraba con plata el azul de la noche. Contempló el paisaje nocturno y se sintió lleno de fuerzas: Él era el único dueño de su destino; lo único que tenía que hacer era ponerse en marcha.