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EL VENENO DE UNA ROSA: Sobre el agradecimiento - Spanish version

EL VENENO DE UNA ROSA

Al ajustar su cinturón de seguridad, Personaje Junior notó la molestia de la rosa olvidada en la solapa. Una tontería de la vieja ama de llaves. Dio un tirón para deshacerse de la flor y sintió el pinchazo de una espina en su dedo. Se llevó la mano a la boca para chupar la gotita de sangre de la herida e, inadvertidamente, aspiró la fragancia de los pétalos. Decidió conservarla en lugar de tirarla a la papelera y, así, aspirando el perfume de la rosa, se preguntó por el sentido del ritual de la vieja ama de llaves que, cada mañana, adornaba su bandeja de desayuno con una flor de temporada que luego prendía en el ojal de la solapa.

Una excentricidad de la eficiente mujer, sin duda; ella, siempre tan exacta como un reloj suizo con todos los pormenores de la casa. Desde que él era un niño bien pequeño, la buena de la mujer se había ocupado de todos los pormenores domésticos, ahorrándole a él un tiempo precioso para dedicarlo por completo a los estudios primero y a la dirección del imperio económico de la familia cuando le tocó heredarlo de su anciano padre, Personaje Senior.

Una rosa entre balances, proyectos, análisis financieros, gráficas bursátiles... un elemento ciertamente inútil pero que aportaba su nota de perfume a todo aquel árido paisaje. Mientras olía la flor, una oleada de calma inundó su ánimo; una especie de tranquilidad y... ¿agradecimiento? Sí, gratitud hacia la vieja ama de llaves por tomarse el trabajo de intentar alegrar su jornada laboral con la flor fresca de cada mañana.

En la otra fila de asientos, la secretaria, con las gafas caladas, revisaba informes y contratos, ordenaba citas y comidas de trabajo, se afanaba en organizarle la mejor agenda posible para que nada lo perturbara en su actividad decisoria al timón del emporio empresarial que él gobernaba. Así había sido, día tras día, durante los últimos años. Y, ahora que caía en la cuenta, él siempre se había dirigido a ella sin siquiera mirarla. Sintió el impulso de darle las gracias así que le tendió la flor al tiempo que, con una sonrisa, le recomendaba que dejara todo aquel papeleo para disfrutar un poco del viaje.

Se acercó hasta la cabina del piloto, siempre disponible a cualquier hora del día o de la noche para trasladarlo de costa a costa, como una flecha, en el ágil jet privado que era su segunda casa. Recordó vagamente que, el mismo día que había nacido el primer hijo del piloto, había tenido que ordenarle un viaje imprevisto al extremo del país y el leal aviador no había puesto un pero. Le dio una palmada en la espalda al tiempo que le preguntaba –con verdadero interés y por primera vez en la historia- por la familia y se disculpaba por su falta de consideración de otras ocasiones.

Personaje Junior tomó asiento en el lugar asiento del copiloto y pensó –por primera vez- en todo su equipo de colaboradores como personas con vida y sentimientos propios. Se daba cuenta de que era el dueño de una gran empresa; sí, pero no sólo por mérito propio sino gracias a la aportación de cada uno de sus empleados.

Le pidió al piloto que enviara un mensaje a los directores de todas las oficinas y sucursales:

Transmita en mi nombre a todos los empleados de su oficina y hágase usted mismo cargo del siguiente mensaje: MUCHAS GRACIAS.

Desde la cabina del aparato, la vista era espectacular. Todo el avión olía a rosas. Personaje Junior, por primera vez, se sintió realmente en la cima del mundo